Fuente: BBC World
Fecha: 8/8/2018
Esa mañana, la muerte tocó el pecho de Ethan Askew, un joven británico de 15 años.
Estaba en una clase de educación física, cuando comenzó a sentirse mal. Fue a decirle a una profesora, pero se desplomó.
Su padre, Stuart Askew, que trabaja como gerente de locales en la escuela a la que asiste Ethan, fue de los primeros en saberlo: unos amigos corrieron a avisarle que su hijo había dejado de respirar.
Mientras bajaba las escaleras, Stuart Askew, que también hacía de socorrista en la escuela, no comprendía qué había sucedido: su hijo era un adolescente saludable y nunca antes había reportado ningún problema de salud.
«Cuando llegaba, me di cuenta de que alguien le estaba haciendo compresiones de pecho y me tomó un par de segundos darme cuenta de lo que realmente significaba», contó a la periodista Frances Cronin, de la BBC.
Casualmente, la escuela había solicitado a la Fundación Británica del Corazón un desfibrilador comunitario para la localidad, que se ubicaría en la escuela y que se había entregado recientemente.
Fue el propio Stuart Askew quien instaló el equipo. Y fue también el primero en utilizarlo para salvar a su hijo.
«Literalmente, dos días antes, estaba sentado en el medio de la sala de profesores colocándole la batería (al equipo), y luego, la primera persona que lo usó fue mi hijo… es una tremenda coincidencia», comenta.
Los desfibriladores
En varios países del mundo se han colado decenas de miles de desfibriladores en lugares de trabajo, estaciones de tren, centros de ocio y otros lugares públicos.
Pero a veces es difícil averiguar dónde están.
De hecho, cifras de Reino Unido muestran que los desfibriladores de acceso público se usan en menos del 3% de los paros cardíacos extrahospitalarios, que según la Fundación Británica del Corazón, «reducen significativamente las posibilidades de supervivencia de decenas de miles de personas cada año».
Stuart aseguró que el dispositivo fue «muy fácil» de usar, pese a lo extraño de las circunstancias.
«Fue muy aterrador, pero tan pronto como recordé que teníamos un desfibrilador, no tenía dudas de que todo saldría bien. Fue una experiencia terrible, pero nunca tuve ninguna duda de que no pasaría nada malo», agrega.
Final feliz
Una ambulancia llegó en cinco minutos y Ethan fue llevado al hospital.
Allí se le sometió a un coma inducido.
Las pruebas revelaron una condición genética aleatoria: una de sus arterias coronarias era demasiado estrecha y, tras el esfuerzo del ejercicio, su corazón recibió menos oxígeno que el que requería.
Ethan era un joven saludable antes del incidente que puso su vida en riesgo.
Finalmente, el problema se resolvió con una cirugía y todavía, un año después, el joven asegura que se siente como en un sueño extraño.
«Todavía no puedo creer lo que sucedió. Honestamente, no recuerdo nada de ese día. Puedo recordar el día anterior y luego no recuerdo nada hasta que desperté de mi coma y todo era un poco confuso», le contó a Frances Cronin.
Fue entonces cuando supo que su padre, una vez, le había dado la vida.